El 3 de Marzo de este año 2011, con mi ex – alumno Carlos Alberto Quinlan Cortez, fuimos a recorrer, a pie, la calle Abtao, en el Cerro Concepción, donde vivió su abuela Teresa y, algo inusitado, también fuimos al Almendral, a la calle Nueva Las Rosas, cercana al Parque El Litre, donde pasó su infancia y adolescencia, junto al Negro, la madre y el padre, la hermana Teresa, el despachero Don Gustavo, la Negra Consentida, la Mireya, la Mónica, los gitanos, las casas de putas, los maricones, el sitio eriazo, la Panadería Chile, en Hontaneda, donde su mamá compraba las empanadas el día Domingo, el Ronnie, los compañeros de la Escuela y del Liceo, los profesores, los primeros amores, el despertar del sexo, que conforman la parte sustancial de su obra “Valparaíso Parque el Litre”, Ediciones Altazor, Viña del Mar, 2011, y que hoy presentamos ante la comunidad porteña para que vea reflejada en este espejo personal de cómo era en la segunda mitad del siglo XX.
Carlos Alberto Quinlan reside, exiliado, desde 1974 en la ciudad canadiense de Dundas, cerca de Toronto, donde se ha desempeñado como Ingeniero Mecánico, título obtenido el año 1965 en la Universidad Católica de Valparaíso y donde además ha manifestado sus inquietudes artísticas en trabajos en cerámica, pintura al aceite y acrílico, y en la escritura de obras literarias como ésta, en la cual surgen recuerdos de su barrio de los compañeros y amigos de los cines y de los hechos económicos, políticos, morales de esos años.
Y mientras recorríamos conversando la calle Abtao y la Avenida Hontaneda, Orella, El Litre, Humboldt, las Cañas, Nueva Las Rosas, Pocuro, Retamo; de repente se me ocurrió ¿Por qué se vuelve a Valparaíso? ¿Por qué Carlos Alberto vuelve a Valparaíso? Parece ser que su peregrinar no es sólo una adicción –a Valparaíso– que lo impele con la fuerza de un instinto sin freno, en el camino de la búsqueda de la verdad, lleno de angustias perentorias, propias de su juventud atormentada, inquieta, acosada por su pasión por las libertades, sean intelectuales que políticas, que se manifiestan como los diversos vientos libertarios del puerto. También es verdad que se vuelve a los amigos de la infancia y adolescencia, a las formas libres de convivencia, al savoir vivre, a los olores de las frutas, de los erizos o de los locos calientes, al perfume de la pimienta recién molida y al aroma del cilantro. También influye el espíritu de tolerancia, de caballerosidad en las maneras y cierto buen gusto que es la base de la ausencia de fanatismo que circunda la ciudad, propio de un lugar formado por el conjunto de tradiciones de los pueblos originarios con aquellos llegados desde el extranjero, con distintos idiomas, diversas religiones y formas de pensar y de actuar. Su atmósfera cultural se da en un juego vivificante entre lo propiamente original y lo que aportaron los emigrantes
Sus fantasmas de Valparaíso, no sólo gozan de buena salud sino que siguen vivos, meciéndose en la neblina matinal del puerto, que esconde las venturas y aventuras. Como lo vemos en la página 467: “Años más tarde, cuando las preguntas fundamentales de la vida me asaltaban pidiéndome explicaciones, me gustaba venir a caminar y pensar en esta avenida. Aquí, se podía caminar tranquilamente por horas. El hipnotizante mirar el ir venir de las olas, escuchar su retumbo al golpear la orilla y sentir la brisa y el sol calentando la piel e iluminando todo el panorama hasta donde alcanzaba la vista. Era un espectáculo y experiencia que cansaba. Llegaba el momento en que solamente el cansancio físico indicaba volver a casa.
Este paseo me gustaba hacerlo los días asoleados de verano. Aquí las tristezas y ánimos deprimidos no duraban. Las rocas, el viento y el ruido de las olas me devolvían la tranquilidad interior, aún cuando ninguna de las preguntas fundamentales que tenía en mi cerebro fuesen contestadas. En los días de invierno, húmedos, helados, con neblina y ventosos, mejor era ni meterse por estos lados. Aún así, el olor, ruido y colores siempre me seguirían y nunca los podré olvidar”
La presencia permanente e inquietante de un impulso que le viene de adentro lo ha hecho manifestarse en diversas expresiones estéticas, que lo han llevado a preguntarse varias veces ¿Qué hace que una obra sea arte? Pregunta que volvió a hacer mientras caminábamos por la calle Nueva Las Rosas y que no tuvo respuesta, porque de repente apareció Guerra. Una concreción fantasmática, un condiscípulo mío durante todas las Humanidades en el Liceo Eduardo de la Barra. De repente los fantasmas se hacen presentes.
Caminando llegamos al Parque El Litre, que ahora está abandonado, y ahí Carlos Alberto me mostró lo que queda de la hermosa reja que fue forjada por J.J. Ducel, Me de Forges, París, en siglo XIX, ya que ciertos malandrines han robado la punta de las lanzas de las rejas. Ya no existen los jardines y hay, en su parte superior, los restos de un Policlínico que ahora no funciona. Además me informó, que de este hecho conversó con el historiador de la ciudad don Archivaldo Peralta, para que le diera cuenta al Alcalde y ver si se puede recuperar, lo que fue el hermoso Parque El Litre.
Es más o menos general que el ser humano no aprecie lo que tiene a mano hasta que lo pierde. Algunos desprecian lo que tienen a mano, además de no apreciarlo lo denostan, lo perjudican, lo apartan e incluso destruyen. Parece que estos diversos regresos de Quinlan a Valparaíso quieren terminar haciendo un aporte concreto a la ciudad, que con la contribución de los ciudadanos de Valparaíso se logre mejorar un rincón de El Almendral. En definitiva, este libro no hay que verlo sólo como una historia nostálgica del pasado, sino también como un proyecto que deben tomar en sus manos los ciudadanos de Valparaíso para mejorar la suerte de su destino.
Y ahora, pasando a la apreciación literaria de la obra tenemos que insistir en su radical originalidad. No se parece a ningún otro libro sobre Valparaíso, y una de las claves es que ha buscado su centro de interés en un barrio periférico, sobre el cual nunca se había escrito, y en el que también habitaron y habitan seres humanos. Posee una rara objetividad, para juzgar a los demás e incluso para juzgarse a sí mismo. Está escrito en un castellano vivo, entre mezclado con el habla chileno y el decir sabroso del lenguaje porteño. No tengo duda ninguna al afirmar que esta obra literaria quedará inscrita en la historia de la ciudad y de la literatura chilena.
Así conversando, caminando y caminado, nos dio sed y oportunamente vimos en la calle Uruguay 830, el expendio de bebidas y cervezas VILDOSO, en el cual nos tomamos dos pilsener Escudo, pago Carlos Alberto y salimos a la calle y, como a todo esto, ya era la hora de almorzar, nos despedimos comprometiéndonos a reencontrarnos el Sábado 12 e Marzo. A las 12:00, en el Aula Magna alumno Salvador Allende Gossens del Liceo Eduardo de la Barra…. Y aquí estamos.
Sergio Vuskovic Rojo
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